El otro día fui a ver a Mónica Matabuena, aka моница, y a su compañero, el pianista Juan Robles. Tocaban en El Plaza Jazz Club.

De Mónica ya hablé bien aquí, y me incomoda hablar bien de un amigo porque parece que la crítica se convierte en pelotilleo, pero lo único que puedo hacer es reafirmarme, corregirme y aumentarme. Otra vez cantó temas que me tienen desarmado, otra vez temas difíciles, otra vez bien cantados. Algunos temas los había hecho también con el “trío + uno”, pero esta vez, claro, estaban arreglados para un entorno muy diferente, con pianista, con otro aire y otro ritmo. Otros temas no se los había oído, y con casi todos nos hicieron morder el polvo, besar la lona, o como lo quieras decir. Nos dejaron KO y OK, las dos cosas.
Lo cierto es que nos pareció que Mónica… había mejorado, incluso desde el último concierto que le habíamos visto. Si un músico que ya hace música tan bonita mejora en medio año, es que está trabajando mucho y bien.
Música aparte, hay que quitarse el sombrero ante la tranquilidad, la presencia escénica, el dominio de la situación, el encanto que le pone a todo. La tía es una artista. Todo el cachondeo que quieras, pero con la seriedad y la profesionalidad que se espera (y no siempre se consigue) de quien se pone delante la gente a hacer música en un sitio como ese. Para ser exactos, como este de aquí:

A Juan no lo había oído y su estilo ponía un colorido de cabaret, adecuado para la historia; aporreaba el piano con un aire un poco honky-tonkero, claro y contundente, con bastante volumen, pero sin llegar a tapar nunca la voz de Mónica. Sacar adelante esa variedad de estilos, de situaciones, y darle a todo una unidad, tiene muchísimo mérito, y supongo que sólo se puede conseguir poniéndole el alma que le pone.
Encima, en el Plaza nos trataron como si fuera nuestra casa, y el ambiente era el adecuado para disfrutar de la actuación sin perderse ni una nota, distendido pero atento.
Así que mereció la pena, porque menudo recuerdo que nos queda. Y las ganas de más.