Negocios

No soy mala gente. No me alegro del mal ajeno. Y además simpatizo especialmente con quien pone un negocio; instintivamente, aunque no los conozca de nada siempre quiero que les vaya bien, siempre me entran ganas de comprarles algo a todos, me gustaría que les durara hasta la jubilación y se ganaran un buen sueldo.

Pero confieso que cuando veo cómo cierran algunos negocios siento un regocijo culpable. Sigo sintiéndolo por las personas que hay detrás y seguramente pusieron ahí ilusiones y esfuerzo. Pero no sé, es instintivo.

Uno de esos negocios es el de los llamados e-cigarrillos. Últimamente he visto cerrar varios, y no puedo negar que sentí un chispazo de contento, aunque inmediatamente me culpabilizara por ello. Por ejemplo, este.

Idos por donde habéis venido.

Idos por donde habéis venido.

¿Por qué? Porque esos que ahora veo ir cerrando, primero los vi ir abriendo, proliferando como moscas. Y tengo claro para qué se inventó esa mierda: para que los fumadores puedan volver a fumar en sitios cerrados. Para volver a sacar la lupa y agarrarse a la literalidad de los textos legales, y si la ley no dice explícitamente que las personas cuyo nombre de pila coincide exactamente con el suyo no pueden fumar en días pares de meses que llevan la R en establecimientos pintados de rojo entre las 3 y las 4 de la tarde, ellos fuman. Ahora no fuman, claro; «vapean».

El otro día fui a tomar un pincho a un bar, y vi a un tipo fumando con uno de estos. No quise armar escándalo, no me dio la gana significarme, pero lo que sí hice fue llamar después por teléfono y con discreción explicar que no iba a aceptar algo así, que no quería perjudicarles pero sólo quería que supieran que ese comportamiento engendraba rechazo, y que en futuras ocasiones pediría el libro de reclamaciones. Creo que lo entendieron.

Pero durante un rato volví a verme en aquella pesadilla en la que el que tenía que dar explicaciones, el raro, el caprichoso, era yo. Cuando vi cómo proliferaban estas tiendas, y sabiendo que los seres humanos son capaces de las mayores estupideces, temí que la cosa arrancara de verdad y los incautos picaran y los hosteleros (¡por supuesto, cómo no!) estuvieran del lado equivocado. Temí que esto se extendiera. Así que… lo confieso, ver esas tiendas cerrar es como ver al enemigo en retirada. Una satisfacción de la que no estoy orgulloso, pero existe.

Las otras tiendas cuyo cierre no veo con malos ojos, y esto es menos explicable aún, son las que compran oro. También proliferaron últimamente. Como estas.

gold1

gold2

Esto no tiene mucha lógica, pero cuando veo una tienda que compra oro, no puedo evitar acordarme de los anuncios de prestamistas usureros en la tele, no puedo evitar imaginarme a una ancianita con su nuera al borde del deshaucio que admite la última derrota y empeña las joyas de la familia porque ya no tiene nada más. Son negocios que no me gustan.

Lo sé, es una película que me monto yo solo, pero lo confieso. No todo lo que siento es racional. Posiblemente un comprador de oro, en comparación con cualquier banco, sea como un voluntario de Médicos Sin Fronteras.

Deja un comentario