El funeral de las lenguas

Cuando murió mi madre, tuve que deshacerme de golpe de un montón de cosas. Cosas «históricas». Siempre había sabido que tendría que hacerlo, no fue ninguna sorpresa. Pero, no sé si es por ese ejercicio de llevarlo a la práctica y tirar a la basura tantas reliquias de la infancia, o simplemente porque cumplo años, o porque sé más que antes y sé cuál es nuestro verdadero lugar en la historia, noto que tengo un apego diferente a las cosas y a su conservación.

De niño me parecía increíble que hubiera un fósil, el que fuera y donde fuera, que no estuviera cuidado en un museo como si valiese su peso en oro, y me parecía increíble poder ir a la orilla del río y recoger fósiles yo mismo sin que nadie hubiera ido antes a recogerlos cuidadosamente (en el carbón hay muchos). Hoy en día me da todo bastante igual. No es una postura racional, por supuesto; es solo un sentimiento. Y entre esas cosas que me importan mucho menos que antes está la oficialidad del asturiano.

Que no se me interprete mal. Sigo amando el asturiano, y el castellano, tanto como antes. Y soy favorable a la oficialidad, y a su conservación. Me importa bastante. Simplemente, no me va tanto en ello. Si mis compatriotas no lo conservan, pues ellos se lo pierden.

Estos días hay revuelo respecto a la oficialidad, porque parece que por primera vez hay un gobierno decidido a promoverla. Digo «parece»; yo no he dudado ni por un momento de que nunca voy a ver al asturiano como cooficial. Pueden prometer, pueden hacer los gestos que quieran; desde el primer día he estado convencido de que no ocurrirá.

También digo que soy favorable a la oficialidad, y no es del todo cierto; los favorables a la oficialidad son todas esas personas que han despreciado y pisoteado, siempre, al asturiano y a sus hablantes, y no han permitido ni el más mínimo uso (fuera del folclore o el entretenimiento o el ámbito privado) con el argumento de que no es oficial. Ellos son los máximos defensores de la oficialidad, quienes me han convencido de algo que yo a priori no quería; ellos plantearon la disyuntiva radical, sin tonos grises, «oficialidad o nada». Y ante la nada… pues no me dejan otra opción que elegir la oficialidad.

Hay muchos argumentos para no conservar el asturiano. Yo puedo dar un puñado. Y son argumentos razonables. Lo único que pido a quienes los sostienen es coherencia.

Por eso me gustó una columna (otra) que escribió Sergio del Molino: La lengua materna. Dice Sergio que no está a favor de evitar la desaparición de ninguna lengua, y que él ve las lenguas más bien como un puro instrumento de comunicación. Este es uno de los argumentos posibles; si la lengua es un medio de transmisión de datos, cualquier cosa que permita hacer llegar los datos es igual de válida.

Quienes se acogen a ese argumento no suelen ser conscientes de que el castellano (que con frecuencia es la única lengua de España que hablan) entraría en esa categoría de prescindible, y que su argumento solo es válido si están dispuestos, llegado el caso, a abandonar el castellano por el inglés. Es muy raro ese caso.

Por eso me gusta el artículo de Sergio; se adelanta y dice, sea en broma o en serio:

Dirán que puedo permitirme el lujo de la indiferencia porque mi lengua materna es una de las más habladas del mundo y nada la amenaza, pero no sufriría si se desvaneciese ni haría casus belli de su supervivencia. A lo sumo, le montaría un funeral bonito. Si no fuera tan vago, traicionaría con gusto mi idioma para escribir en inglés y rendirme a la koiné imperial.

Cuando dicen esto, nunca les creo del todo. Y además no estoy de acuerdo con esa teoría del idioma como pura herramienta de transmisión de datos; es como decir que la comida es solamente un modo de aportar calorías y nutrientes (debe serlo, claro, pero es algo más). La postura de Sergio del Molino no me parece correcta, y tampoco sé si él es totalmente coherente con ella, si diría lo mismo de ver el castellano realmente amenazado de desaparición; quizás sí.

Pero su postura me parece, al menos, lúcida, y también serena. Y eso ya es mucho decir cuando se debate sobre esta cuestión.

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