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La ópera

20 20Europe/Madrid diciembre 20Europe/Madrid 2023

El otro día, de manera totalmente imprevista, acabé viendo una representación de La traviata. Sí, cosas que pasan. Aparte de lo que quepa comentar sobre aquella representación en particular, el caso es que me dio que pensar sobre otros asuntos.

Voy a decir las burradas juntas, con toda la osadía que da -seguramente- la ignorancia. La traviata es un espectáculo sublime, como lo son todas las óperas. Y, sin perjuicio de ello, y aquí vienen las burradas, el libreto es una medianía. La ópera, en realidad, es un producto de masas.

En muchas óperas, la historia no es más que un novelón. Una telenovela, un culebrón resumido. La traviata lo es. Quizás haya influido el montaje concreto que yo he visto, no lo sé; pero me da la impresión de que no. La historia es la que es. Un dramón, en el que los personajes y sus reacciones pueden resultar épicos y memorables en algunos momentos, y en otros momentos son ridículos porque están al servicio del efectismo, del conflicto ramplón.

Es disculpable, por supuesto. No deja de ser un entretenimiento, que pretendía conmover a un perfil de público concreto de una sociedad concreta. Hoy en día tenemos ejemplos mucho peores de material creado para consumo de masas.

Y aquí aparece una contradicción. ¿La ópera, consumo de masas? ¿La ópera, que es el paradigma del elitismo cultural?

Pues sí; ahí está la reflexión. Mientras veía la obra, no podía dejar de pensar en el coste que podía tener aquello. Una orquesta, un coro, un cuerpo de baile (acrobático, incluso) y un elenco de cantantes; un equipo técnico descomunal. Cada una de esas cosas, por sí solas, hoy en día es casi inviable económicamente. La ópera es un espectáculo costosísimo. Y, eso sí; el oficio de todas esas personas, cada una de las cuales se ha preparado durísimamente durante años para ser excelente en su disciplina, hace que el resultado, incluso para el montaje más pobre, sea de un nivel artístico estratosférico.

Pero su público no tiene por qué ser estratosférico, aunque su poder adquisitivo lo sea y aunque ellos mismos crean que son gigantes intelectuales. (Un día, una persona me dijo que me apreciaba, incluso me respetaba, «desde la igualdad intelectual»; estuve a punto de soltarle que estaba más arriba que yo en muchos sentidos pero que ni estábamos, ni habíamos estado nunca, en «igualdad intelectual», pero yo sí tengo cierto pudor y además esta gente se ofende con facilidad).

Al fin y al cabo, quien ha venido financiando las grandes obras de arte, los mecenas, eran simplemente gente rica. Eclesiásticos, terratenientes, nobles, empresarios, guerreros. Es cierto que, sobre todo en otras épocas, la gente rica podía estar expuesta a ciertos objetos culturales o tener cierta formación, mientras que la gente pobre simplemente sobrevivía en el analfabetismo. Pero eso no significa que los ricos fueran especialmente inteligentes o especialmente sofisticados. Un obispo que encarga a un escultor que ponga una estatua suya en una catedral no es más que un tipo con un gran ego, que quiere perdurar; y eso es algo primitivo y mundano, nada elevado. Luego, si el escultor es un maestro barroco, y además le pone intención, quizás pueda, más allá del oficio y de sacar al obispo bien delgado y guapo para que esté contento, darle una vuelta de tuerca a ese marco tan mezquino, jugar con un doble significado o hacer realmente arte perdurable.

El arte creado por la chusma es, frecuentemente, mucho más inteligente, mucho más vanguardista y mucho más logrado que el arte promovido por el poder. Hoy en día puedes comparar tú mismo los monólogos de humoristas de cierto contexto y los de otro.

Así que las historias que cuenta la ópera, realmente, no tienen por qué ser literatura excelsa; son entretenimiento para gente que, con o sin dinero, y por mucho que los idealicemos, no dejan de ser masa. Eso sí; los materiales, los acabados, la factura de la ópera están en los estándares más altos, como no podía ser de otra manera.

No se me escapa que intervienen más cosas aquí. Como digo, puede que aspectos del montaje me hayan distraído de lo importante. Puede que a mí me falte saber ver la ópera. Puede que me falten referencias o no esté aplicando la mentalidad adecuada; yo había ido a la ópera antes, y escuchado o visto otras, pero no soy un gran aficionado. Aun con todo eso, no se puede negar que hay elementos que parecen estar ahí metidos a calzador por puro exotismo o entretenimiento (los toreros, los carnavales, las gitanas); que las reacciones de los personajes son muchas veces incomprensibles o absurdas. A mí se me puede despellejar a fondo como espectador, pero no olvidemos una cosa: en su estreno (ante su público real, en el contexto social original) La traviata no tuvo éxito y al parecer el público se tomó el final con cachondeo, y no con tragedia. Seguramente haya algo de papanatismo en la reverencia con la que se trata ahora, o simplemente la música se haya sobrepuesto a los defectos de forma.

Hablando del montaje, yo voy a estos espectáculos con la mente abierta. Vi La vida es sueño en Almagro con Blanca Portillo haciendo de protagonista, y me pareció perfecto. Pero modernizar o romper no implica acertar. Este montaje se presenta con una obsesión por vender el personaje como una feminista empoderada, y… yo no lo veo por ninguna parte. Proyectan en los entreactos el lema sempre libera, y ciertamente está en el libreto, pero yo no he visto que la ópera vaya de eso. Proyectan al final una frase de George Sand («El mundo me conocerá y entenderá algún día; y si eso no sucede, no importará demasiado, porque habré abierto el camino para otras mujeres») y uno se pregunta a santo de qué.

En la escenografía interviene un grupo de acróbatas que hace un trabajo excelso, pero es un desperdicio. En ciertos momentos hacen toda una representación vertical paralela, caminando por la pared colgados de cuerdas; mientras, abajo, el tenor y la soprano dirimen sus conflictos. No sé a qué viene lo que hacen los acróbatas; distrae y no tiene nada que ver con lo que está pasando abajo. Los bailes del coro, con movimientos repetitivos de lo más tonto, tampoco me parece que tengan mucho sentido. En fin, el vestuario es muy bueno, y los participantes hacen un trabajazo, pero uno se pregunta qué significa. Es como si uno dijera «tengo medios técnicos para poner el suelo vertical y luego hacer a gente pasear por él y copular encima de una mesa de billar, así que lo voy a hacer». Sí, pero… ¿pa qué?

Ahí los tienes, todos colgaos

Pero bueno, Verdi siempre es Verdi, una orquesta sinfónica es algo de otro mundo, cuando el coro brama te caes de la silla, impresiona ver a un cantante haciéndose oír en un teatro sin amplificación, y aquello merece la pena verlo de todos modos.