De la media docena de personas que alguna vez leerán este sitio, puede que algunas recuerden las elecciones de 1996, y muchas otras probablemente no.
Aquellas elecciones fueron las primeras que ganó Aznar, y el candidato del PSOE era Felipe González, a la sazón Presidente del Gobierno (que ya lo había sido durante cuatro legislaturas e iba a por la quinta). En algunos aspectos se parecieron bastante a las que ganó Rajoy en 2011: durante los últimos años de gobierno de González el clima se hizo irrespirable, los medios de comunicación ejercían un acoso sistemático y diario contra el gobierno, y los ciudadanos vivían con una sensación de desastre continuo, inutilidad de los gobernantes y, sobre todo, corrupción. Todos, todos los días había un «escándalo», palabra esdrújula y altisonante que funcionaba de maravilla para que los aspirantes al gobierno nos pusieran de mala leche todas las mañanas. Exactamente como en 2011, cuando si ocurría algo malo en alguna parte (una inundación, un accidente de tráfico) los ciudadanos tenían instintivamente la sensación de que era culpa directa de Zapatero (al final ni siquiera hacía falta decirlo).
En 1996 había material abundante para todo esto; financiación ilegal del PSOE, por ejemplo (por un monto equivalente a unos 15.000.000 € de hoy en día). O el paro (más de 3 millones y medio de parados), la crisis económica de 1993 provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria en Japón y la crisis del petróleo… ¿Te suena algo de esto? Puedes hacer curiosas comparaciones con la situación actual. Algunas son paralelismos, otras son sorprendentes contraposiciones. Pero de alguna manera la historia se repite, cómo no.
Durante las dos legislaturas completas de 2004 a 2011, uno de los argumentos más repetidos contra Zapatero fue una supuesta simpatía o colaboración del gobierno con ETA, y hemos visto insistir hasta la saciedad en historias alucinantes sobre el 11-M ó el caso Faisán. Son estupideces que nadie con dos dedos de frente se toma en serio, pero al parecer en España hay mucha gente sin dos dedos de frente. Sin embargo, el equivalente (traicionar la legalidad) que se utilizó en 1996 era opuesto, cierto y bien cierto: los GAL, el terrorismo de Estado contra ETA.
Entre 1983 y 1987 actuaron, principalmente en Francia, unos grupos que se dedicaban a secuestrar y/o matar a supuestos terroristas o simpatizantes de ETA.
Para quien no viviera aquellos años de los GAL, hay que pintar una situación bastante diferente a la actual. En 1980, por ejemplo, ETA mató a 93 personas. En 1983, a 44. No existía la Unión Europea como la conocemos (España entró en 1986, creo recordar). Los agricultores franceses hacían todo lo posible por impedir la entrada de camiones con productos españoles (más baratos) y los volcaban con toda impunidad en la frontera; quiero decir que Francia estaba bastante más lejos que hoy (bueno, lo de la fruta sigue pasando hoy en los días de Schengen). Y los terroristas de ETA mataban aquí y se refugiaban en Francia, que no ponía mucho empeño en perseguirlos. En 1983 alguien tiró por la calle de en medio y empezaron a actuar los GAL, que hasta 1987 mataron a 27 personas.
En 1993 se empezó a investigar la aparición de los cuerpos, con señales de tortura, de dos de ellas; el asunto está hoy de moda porque acaba de estrenarse una película sobre el tema. La investigación fue, evidentemente, de todo menos fácil, pero hoy parece claro que los GAL fueron obra del Estado para presionar a ETA, y algunos agentes y políticos fueron condenados por organizar estos asesinatos y secuestros (por supuesto, no todo fue esclarecido y seguro que no todos los culpables fueron juzgados).
Los GAL tuvieron, por supuesto, un importante papel en las elecciones de 1996, pero desde luego no diremos que fueron el más importante argumento contra González. No lo fueron porque en el fondo mucha gente pensaba, más o menos secretamente, que secuestrar, torturar y asesinar a etarras no era tan censurable, después de todo. Pero sí; se acusó a González de estar al corriente de la guerra sucia, aunque nunca se pudo demostrar judicialmente.
¿Adónde quiero ir a parar? Pues a que la ciudadanía acabó con la impresión de que simplemente la policía y/o los servicios secretos habían cometido sus asesinatos, con conocimiento del Presidente o no, y que todo aquello había sido clandestino y luego, a partir de 1993, salió a la luz, y nos pareció horroroso, con una condena más o menos firme por parte de unos u otros. Ese es el relato que tenemos interiorizado.
Resulta que no. No fue tan clandestino, y cuando salió a la luz no fue tan sorprendente. Lo fue para mí, porque en 1983 yo no seguía precisamente los debates parlamentarios; es posible que tú, lector, tampoco. Pero a través de Iker Armentia he visto una crónica periodística que me ha dejado helado. Esto no es una interpretación sobre lo que pasó; esto es hemeroteca. Es como estar allí, en noviembre de 1983. El periodista Fernándo Jáuregui decía en El País, en una crónica parlamentaria dos semanas después del secuestro de Lasa y Zabala:
La sesión informativa sobre el terrorismo celebrada ayer en el Congreso de los Diputados, [sic] estuvo llena de sobreentendidos que, de alguna manera, evidenciaban un consenso casi generalizado en torno a las medidas antiterrorista [sic] insinuadas pero no precisadas por el presidente Felipe González. […] y, sobre todo, una posible puesta en marcha de tácticas de guerra sucia, […] si bien fueron puntos casi siempre obviados, […] Sólo el miembro del Grupo Mixto y dirigente de Euskadiko Ezkerra, Juan María Bandrés, y, en menor medida, el comunista Santiago Carrillo, criticaron algunas de las medidas […] elogiosamente valoradas por el diputado de la Coalición Popular José María Ruiz Gallardón [sí, el padre del dimitido ministro de Justicia] como «medidas de excepción».
Esto no son interpretaciones, es hemeroteca. Ocurrió así, y Jáuregui lo vio así. Las citas de Jáuregui son efectivamente literales, y puedes leer el diario de sesiones de aquel día para comprobarlo. Fraga, por ejemplo (para quien no lo conozca: ministro franquista, fundador del PP y mentor de Aznar) dijo cosas como:
Debemos hablar, señoras y señores Diputados, con toda claridad. Al hablar hoy aquí, desde luego, no le hacemos el juego al terrorismo. Tenemos que acabar con la ambigüedad en este asunto, ambigüedad que ha dominado demasiado tiempo este debate, ambigüedad que ha tenido dos polos: uno, justamente, el de pretender que las medidas políticas eran las únicas. Son necesarias, se han tomado ya, y ahí está la Constitución, está el Estatuto, están las Leyes. Ahora hay que acabar de una vez con cualquier idea de que un enfrentamiento serio con el terrorismo en su terreno vaya a aumentar los apoyos populares a ETA.
[…]
En este punto está claro que hemos llegado a lo que pudiera ser, por desgracia, un punto de no retorno. Y nadie, por supuesto, pretenda engañarse al respecto. Hoy lo han dicho varios oradores: o este asunto se resuelve como debe resolverse, o será difícil asentar la democracia que queremos para España. Y nadie pretende, una vez más, como tantas veces se ha hecho, tergiversar mi intención, mis claras palabras ni su evidente sentido.
Lo que yo rechazaré siempre es que otros usen determinadas palabras en un sentido que no se puede aceptar. Guerra sucia, ¿quién la hace? Es el terrorismo quien la hace; la más sucia de todas, la más cobarde de todas, la más criminal de todas, la que dispara por la espalda, la que dispara contra los inocentes con tal de llamar la atención sobre su causa, la que recurre a todos los medios de presión o coacción sobre las pobres mujeres de los guardias civiles, sobre sus hijos en el colegio, donde sea.
No se puede hablar de guerra sucia, cuando de lo que se trata es del ejercicio más natural, del más elemental de los derechos, que es el derecho de legítima defensa que tiene toda persona y toda sociedad. Ese es el derecho que pedimos que se ejerza en nombre de todo el pueblo de España. Es claro que ello requiere un amplio acuerdo político. Cada uno puede ofrecer su apoyo. Nosotros tenemos que decir -le guste o no a las personas que sin duda ninguna ven claro lo que podemos aportar- que aportaremos lo que nos ha dado la representación de un sector muy numeroso, mayor que otros, de los votos de la población española-. Nosotros queremos que se haga lo que se ha dicho y más. Por supuesto, nos parece que no dejar vivir tranquilos a los que amparen el terrorismo es una buena política […]
Los políticos son especialistas en hablar sin inculparse, claro está; literalmente, aquí no hay nada. Pero esto tiene mucha pinta de ser lo que es, y no ya desde la distancia, sino que un periodista metido allí mismo, en noviembre de 1983, ya había entendido lo que se estaba diciendo. A mí me da escalofríos leerlo, no en un pasillo con un micrófono inadvertido, sino en sede parlamentaria con luz y taquígrafos. ¿A qué venían entonces las críticas a González, y aquello de llamarle señor X, durante la campaña electoral de 1996? ¿Había olvidado Fraga ese apoyo tan entusiasta del que habla? ¿Realmente somos tan estúpidos y desmemoriados los ciudadanos? Sí.
Así que no; no fue una sorpresa, no fue un error, no sirve la historia que nos habían contado. No eran cloacas, no era nada oculto para nadie, no fue nada que se descubriese a posteriori como yo pensaba. Está en el Diario de Sesiones de nuestro Parlamento, en noviembre de 1983. Sabían y apoyaban lo que iba a pasar. Todo lo de la X fue, simplemente, una hipócrita pantomima electoral. Como el 11-M, como el caso Faisán, como tantas otras cosas.
A pesar de todo, nunca para uno de aprender.