Hace algún tiempo ya que ojeo de vez en cuando una columna de una tal Gadea Fitera: Diario de una madre inexperta. Con esto de los hijos pasa que, si no los tienes, enseguida te dicen que no tienes derecho a opinar. Y si no eres específicamente madre no digamos. Aunque oigas gilipolleces tales que gilipollez mayor no puede ser pensada. (Que, nota al margen, y aunque haya quien no lo crea: hay mujeres, madres, víctimas del terrorismo y hasta abogados del estado que dicen cosas que son objetivamente gilipolleces, incluso aunque versen sobre sus propias y respectivas disciplinas.)
Pero volviendo al tema: Gadea escribe básicamente para quejarse; sí, también hay cosas bonitas de la maternidad y todo eso, cómo no, pero sobre todo la cosa va de quejas. Y a veces uno lee quejas que le parecen gilipolleces. Sí, de acuerdo, quejas basadas en hechos reales. ¡No, podían ser inventadas, encima!
Gadea se queja de que el sexo después de parir no es lo que era, fíjate, que tiene granitos en el muslo y la vagina todavía no le funciona igual que antes. Sobre las vacunas, Gadea dice (y aquí me voy a agarrar a algo para seguir siendo diplomático) que «la realidad es que debido a la inmigración masiva que hay, enfermedades como la rubéola que estaba extinguida en Europa, [sic] han vuelto a aparecer», y después de una gastroenteritis que tuvo su bebé «yo tomé la firme decisión que [sic] a partir de ese momento el que quisiese tocar a mi hijo antes [sic] se iba a lavar las manos, porque yo otra noche como la que pasamos no la repito. Si vamos con el carro por la calle no dejo que nadie conocido o no [sic] lo toque, y muchos [sic] menos en las manos ya que luego se las chupa (llamadme histérica).» (No; no es histeria, es otra cosa.) Nos explica que de instinto maternal no tenía mucho (no hace falta que lo jures; si yo te llamo histérica tú llámame a mí prejuicioso). Dice la pobre que los hombres ya no la miran, que cuando estaba embarazada se ponían cachondísimos con ella (¿?) pero que «no hay hombre que te mire por la calle cuando vas con el carrito, y no digamos ya con la más mínima mirada libidinosa» (¿?¿? ¿Con qué clase de hombres se relaciona exactamente esta mujer?) Dice sobre las broncas, la pobre… no, esto mejor lo cito más extensamente:
Recuerdo una vez que mi marido llegó a casa tarde y yo había tenido un día duro con Carlitos porque no había parado de quejarse, cosa extraña en él [oye, pues tiene bien a quien salir, vete acostumbrándote]. Jorge llegó y se sentó en el sofá con el móvil en la mano, a lo que de malas maneras le dije que visto que no lo habíamos visto en todo el día, lo menos que podía hacer era estar un poco con su familia.
Fíjate tú que joya la Gadea. «Tiene un día duro» porque el nene se queja mucho, y Jorge tiene los huevazos de llegar de trabajar (a saber si su día es duro o no) y sentarse con el móvil (vete a saber si, todavía, trabajando y deseando dejar el puto móvil del cual está harto). Entonces ella le suelta un bufonazo rastrero sazonado con chantaje emocional que merece que la mande directamente a la mierda, pero no creas que siente haber metido la pata:
Esto es lo peor que puedes hacer con él, no funciona con broncas sino con mimos.
No, hijo, no. No es que ella haya sido una borde y una maleducada. ¡Es que se pone paternalista y condescendiente, como quien habla del perrito que le mea la alfombra porque no da para más! «Él no funciona con broncas sino con mimos». ¡Hay que joderse! Bueno, para ser justos sí que el angelito bueno del hombro derecho de Gadea le dice con su vocecita algún que otro argumento:
Si llevo todo el día con el bebé cuando llega Jorge a casa lo que quiero es que lo coja y me deje descansar un rato, y a lo mejor no entiendo que el [sic] puede haber tenido un día intenso [el día de ella es «duro», el de él no pasa de «intenso»] y estar tan cansado como yo (aunque opino que nada es comparable en dureza a un día con un bebé aullando sin parar).
Aunque, y que te quede claro, «nada es comparable en dureza a un día con un bebé aullando». Ahí queda eso. Nada. El maridito-mascota ya puede haber hecho lo que sea, ya puede ser psicólogo de niños esquizofrénicos, que lo suyo, al lado de lo mío, no es nada. Por eso lo que quiero es que coja al bicho y así yo descanso un rato. También dice que «Si le das el pecho el [sic] obviamente tendrá que compensar el trabajo por otro lado». Yo lo leo y flipo. Obviamente, dice. ¿Y cómo te va a compensar el parto, guapa? ¿Y la regla, que seguro que también es culpa suya, porque al fin y al cabo era retroactivamente necesaria para tener el niño ahora? ¿En cuántos capítulos más de la vida lleváis ese tipo de contabilidad? ¿Cómo va la cosa, quién va ganando?
Bueno, al final sí admite un poquitín que a lo mejor está pagando sus cabreos con Jorge. Menos mal. Pero lo pinta casi como si fuera culpa de él, no algo por lo que ella deba disculparse.
En otra ocasión, en la que se compara con una vaca y con una esclava (así, sin exagerar, ni nada), dice que:
En realidad mi vida es el bebé 24 horas al día 7 días a la semana y eso no es sano. Me explico. Ningún trabajo se puede llevar a cabo durante todo ese tiempo, es incompatible con la salud mental de una persona. Si estuviésemos todo el día todos los días trabajando, nos volveríamos locos, estaríamos agotados, [sic] pues eso es exactamente lo que me ha sucedido a mí.»
Y también le soltó otra vez al marido (no sé cuántas veces se lo restregará al día) aquello de «tu peor día laboral no se puede comparar con un día entero con un niño potroso, eso es insuperable». Palabras suyas.
Mira, Gadea. Yo no tengo hijos, strike 1. Y encima no voy a parirlos nunca, strike 2. Así que tienes facilísimo restregarme por la cara lo que quieras. Pero desde mi presunta ignorancia, nunca se me pasó por la cabeza que después de un parto no cambiara la vida, sexo incluido, al menos durante unos cuantos (muchos) meses. No se me ocurrió que fuera posible evitar que un niño se pusiera malo, muchas veces, y mucho menos que argumentara cosas como «yo otra noche en el hospital como esa no la paso», pero menos aún esperaría poder evitarlo con un comportamiento chiflado como «que nadie lo toque sin lavarse antes las manos» (evitando, por cierto, que el chaval se exponga a los bichos a los que se tiene que exponer si no quieres que tenga un sistema inmunitario de mierda). No pensaría ni por un momento que criar a un hijo, y sobre todo los primeros meses, se pareciera ni de lejos a un trabajo, ni en concepto ni en horarios (decir que criar a un hijo es un trabajo no remunerado es como decir que estar vivo es un trabajo no remunerado). Ni se me ocurriría pretender compensar el parto o la lactancia para empatar con su madre.
Si yo fuera a tener un hijo, me ajustaría el cinturón de seguridad, apretaría los puños y me iría mentalizando para luchar sin descanso durante los siguientes veinte años, seguramente más. Para encajar mis golpes y los suyos, para mantener la serenidad cuando se ponga malo y tema por su vida, para sufrir uno por uno cada segundo que esté de excursión fuera de casa. Me prepararía para una paciencia de siglos. No significa que me fuera a salir bien, no significa que fuera a ser capaz, no significa que no fuera a perder los papeles mil veces; significa que no me quejaría de la situación como si fuera injusta o sorprendente, cuando estuvieran pasando cosas absolutamente obvias e inevitables. En resumen, rogaría conservar unos mínimos de sentido común.
Pero puede que las hormonas vuelvan a uno gilipollas, eso no lo sé y creo que no lo sabré nunca. Lo que sí sé es que he conocido a muchas madres, que presumiblemente lo han sido gracias al funcionamiento pleno de sus hormonas, que no decían estas gilipolleces. Y estrógenos no tengo muchos, pero capacidad de análisis, y memoria, sí.
De las columnas de Gadea podría criticar otras cosas. Por ejemplo, el estilo; no sé qué pensarán sus compañeras feministas de que ella utilice el término «zorra» para insultar a una mujer en titulares, pero sé lo que pasaría si lo utilizara un columnista varón.
También la redacción. No son raras las erratas, las faltas o incluso títulos tan estupendos como este: «Disculpa inútil, pero también es tu hijo«. Cuando lo leí pensé (lo juro) que era una disculpa que llegaba demasiado tarde, o algo así (y por tanto era inútil), y el resto de la frase me sonaba raro. Quise saber qué significaba todo eso. Y sólo después de leer el texto vi que significa simplemente que Gadea escribe en un periódico de tirada nacional pero no sabe usar las comas. En el contenido de ese artículo vale más que no entre porque daría para muchos cabreos.
No sé qué quiere transmitir Gadea con su columna. Dice que la realidad del embarazo y la maternidad. Está bien que alguien que pasa por la experiencia lo cuente, pero la verdad es que dudo de la utilidad de que lo haga alguien que aparentemente no tenía ni la menor idea del asunto (ni siquiera en aspectos obvios y evidentes), y que tampoco es capaz de juzgar objetivamente su propia situación.
Pese a sus dificultades con la ortografía, Gadea dice que trabajó como Community Manager y fue finalista del Premio Planeta. La novela con la que lo consiguió, que era la primera suya, le salió «casi sin quererlo». Según ella, ese logro supone «pasar de considerarse a sí misma una mera aficionada a poder llamarse sin rodeos ‘escritora’». Es de las que salen en las páginas de sociedad, con pedidas de mano y todo eso, enseña su casa en ciertos contextos… Lo que viene siendo un caso típico de madre en el mundo real. Y de escritora en el mundo real, también; hay gente que para aprender a escribir escribe miles y miles de páginas empeñando toda una vida en aprender mínimamente el oficio, pero no nos engañemos, otra gente ya nace con el talento y le sale casi sin quererlo una novela finalista del Planeta, y publica regularmente en El Mundo. Es todo de lo más real.
No conozco a esta mujer, pero transmite la sensación, seguro que injusta y errónea y radicalmente opuesta a la realidad, de no haber doblado mucho su egocéntrico espinazo.
He intentado ser amable. No se me ha dado mal.